domingo, 21 de junio de 2009

Puleva Food Granada, Mantenimiento Industrial y... físico.

La única vez en mi vida que he salido de marcha teniendo que ir a clase forzosamente, a un viaje de la escuela o a prácticas de alguna asignatura fue la noche previa a la “visita técnica” que hicimos a la factoría de Puleva en Granada.

Estaba cursando Mantenimiento Industrial, ladrillo de asignatura que impartía el mismo profesor de Ingeniería del Trasporte. Sendas asignaturas eran del segundo ciclo de la superior y las aprobé con un cinco bien justito. Yo no quería matricularme de mantenimiento pero consideraba que la asignatura era importante aunque fuera un latazo por momentos. La que yo quería aprobar era Transporte que era obligatoria y que el profesor me viera currarme las dos para que al menos me ayudara en la troncal. Lo que pasa que al final eché el resto y me tragué los dos tochazos.

A las cinco y media de la mañana pasadas mi compañero de piso y excelente amigo Paco Buenestado me dijo que en dos horas y poco salía el autobús y que me fuera olvidando de ir al viaje, y yo le miré y le dije que iba a ir así se juntaran cielo y tierra y eso hice para acabar pasando una de las peores jornadas de mi vida.

Sinceramente me quedé con ganas de aprender más sobre el mantenimiento en la industria porque la asignatura fundamentalmente se centraba en las acciones preventivas, paliativas y la detección de las causas de las averías una vez producidas en los sistemas mecánicos de las máquinas pero obviaba aspectos eléctricos o hidráulicos. Allí no se habló de problemas de transformadores, cavitación en turbomáquinas o corrosión por ejemplo y yo andaba ya un poco harto de desequilibrios, análisis de espectros de vibraciones, desalineaciones, oil whirl etc...

El viaje no era obligatorio pero algo me decía que si no iba me costaría otra convocatoria. Estábamos celebrando algo que no recuerdo pero que era a mitad del mes de mayo. Igual era el cumpleaños de Pepe, no me acuerdo. A eso de las siete cogimos un taxi desde el centro de Málaga, llegamos al piso y ni corto ni perezoso un duchazo, ropa limpia y volando con la moto hacia la puerta del conservatorio, lugar de encuentro. Cuando me bajé de la moto me vino una bofetada compuesta de mal cuerpo, sueño y lo últimamente vengo llamando ansia viva. Concluí que el estar allí posiblemente fue un error que podría resultar contraproducente, no lo fue y así reza en mi expediente. Inma, compañera de clase olió un poco mi tres veces lavada cavidad bucal y me dijo ¿Qué, juerga? Y ni le conteste, sólo asentí riéndome ¿Qué quieres hija? Llegó el profesor y no más de catorce nos subimos en el bus. Procuré no acercarme al profesor a menos de tres metros en todo el día pero no pudo ser.

Un ingeniero que domine el área del mantenimiento industrial tiene por delante un gran futuro pero para eso hacen falta años de entrenamiento. Realmente no me disgusta a pesar de que dentro de las tareas propias de los ingenieros esta es una disciplina muy exigente y cortoplacista.

Roncando como un cerdo de Málaga a Granada, así hice el viaje. Yo me levanté cuando llegamos a la factoría y pensé –“¡coño que viaje más guapo! Ni me he enterado” A lo que la mirada delatora de Inma me hizo sospechar. Efectivamente me contó que no había parado de roncar cual bestia parda y que la peña se quedó loca. Pero nadie asoció que estaba muerto porque estuve de marcha y pensaron que directamente era así de bruto. Mis noventa y pico kilos cuadraban con la conclusión de todos.

Al poco de bajar del bus y ya en la recepción de Puleva asoma un empleado y me da una bata y un gorro mientras el ingeniero jefe de mantenimiento nos introduce en lo que ya era la fábrica en sí. ¡Casi me caigo de espaldas! ¡Qué pestazo a leche podrida! Y el estómago luchando aún contra los ataques del whisky. Nada más poner un pie allí me fui para el de los gorros y le pedí otro ¿Para qué? Para ponérmelo en la boca y filtrar olores porque iba a echar la papa del siglo. Me tiré paseando por la inmensa factoría tres horas escuchando al tipo hablar y hablar. Del taller de mantenimiento a la zona de congelación, de allí a la zona de cocción (donde peor olía con diferencia), almacen, llenado etc. Que mal rato, estaba más malo que un perro. El profesor me miro con la mano asiendo el pañuelo contra la boca y me dijo “¿Qué pasa que a ti tampoco te gusta el olor a leche?” ¿El olor? Mira entre el olor, la resaca que me estaba empezando a atacar la cabeza y el estómago pegando patadas tenía hasta escalofríos. Por supuesto estaba afónico. Conteste como pude que no y lo enfaticé con un gesto. Sólo faltó que nos hubieran llevado a ver como ordeñan las vacas. Sinceramente creo que allí no olía tan mal y es más posible que se me juntara todo.

Bien, siguen dándonos paseos sin parar, tres horas y algo más andando, en ocasiones por pasillos que en el techo tenían sostenidas tuberías que goteaban líquidos hacia abajo. Yo me iba a morir del asco. Seguimos para arriba y abajo hasta que llegamos al laboratorio donde unos químicos o biólogos hacen los controles de calidad y seguridad alimenticia y entonces vi a Dios. Casi a la una de la tarde, bastantes horas ya desde que nos subimos al autobús y parados frente a la puerta del laboratorio miro hacia mi derecha y veo una fuente de esas metálicas de agua en forma de prisma rectangular. El mundo siguió, el jefe de mantenimiento continuó hablando y yo me puse a beber agua como si nunca lo hubiera hecho, estuve por lo menos dos minutos apretando con el dedo a la fuentecilla ¿Qué le pasa a éste? Inma no contestó. No puedo describir como me sentó ese litro largo de agua ni la enorme necesidad que tenía de beber. Cuando terminé de beber hice hasta un “aaaaaaahhhh” Sí, sin ningún tipo de educación pero es que me encontraba al borde de la muerte. Todo el mundo se me quedó mirando mientras me acercaba de nuevo al grupo como desaprobando que hubiera dejado al tipo con la palabra en la boca. Hablando en plata en aquel momento me tocaba los cojones lo que pudiera pensar nadie, de hecho si hubiera tenido oportunidad me hubiera largado de allí y hubiera cogido otra optativa (sólo pensando desde la óptica circunstancial de ese momento y lo malísimo que estaba)

El resto de la visita tras el trago de agua, como un buey me puse, me resultó ya más cómoda y hasta interesante. Había salvado la vida.

¿Qué relación tienen los motores de barco y la leche? A priori ninguna ¿verdad? La hay. En la fábrica de Puleva Food de Granada hay una subestación eléctrica. En ella se utilizan cuatro motores de barco, con ocho cilindros en v tan grandes como Pau Gasol cada uno. Los humos de escape se utilizan para cubrir las necesidades de energía térmica de la factoría y del movimiento rotacional de los ejes, al acoplarles alternadores, se genera energía eléctrica para poner todo en marcha y vender los excedentes a un precio por encima de mercado a Endesa. Cuestión que reporta suculentos dividendos a Puleva. De hecho creo que han sobredimensionado las necesidades de calor para conseguir excedentes de energía eléctrica. A estos sistemas se les llama cogeneración. Esa es la relación entre una cosa y otra.

A eso de las tres y algo (vaya pasada) nos regalaron tres batidos de 20 centilitros a cada uno y para el bus. Yo lo más alejado posible del conductor y el profesor, me bebí un batido detrás de otro y a roncar como un cerdo hasta llegar al conservatorio. Moto y a casa a seguir roncando.

Como éramos muy pocos nos corrigió el examen in situ. Yo estaba entre el cuatro y medio y cinco por mis pulsaciones, porque sólo me estudié dos partes de tres y por la cara del tipo. El profesor me preguntó si fui al viaje y et voila aprobado.

No compro nunca Puleva pero es que a veces soy un maniático.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Tus noventa y pico kilos te hacen parecer un bruto? ¿Dónde me deja eso a mí?